Comentario diario

Lo raro es no estar enfermo

El escritor Manuel Vilas, en la presentación de su última novela durante la Feria del Libro de Valencia, contó una anécdota que suele relatarla allí donde le dejan. Cuando era pequeño, su madre le dijo que al bloque del edificio había llegado un nuevo vecino, ¿y quien es?, pues un anciano de sesenta años, contestó la madre. Vilas lo comenta porque él ya los ha cumplido, y recuerda con perplejidad la anécdota, porque un señor de sesenta años le parecía directamente Papá Noel. Ayer un amigo que ha rebasado la edad fatídica me dice que cuando no le duelen las cervicales le viene una infección pulmonar que le cuesta dos meses de reactivación. Y cuando regresa la regularidad, y nada parece desajustarse, se toma un gazpacho en mal estado que le deja una semana con febrícula. Dice que ahora pierde mucho más pelo, y que se olvida quien dirigió Ben-Hur. Vamos, que de repente ha descubierto que lleva dentro un enfermo que empieza a levantar de vez en cuando el dedo para que le hagan caso.

¿Todo estamos enfermos? Pues claro, sólo que de niños no lo sabíamos. Cuando al Señor le increpan por estar al lado de los pecadores y la gente insana, responde que no tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos. Es una de las ironías frecuentes del Maestro. Con ella dice que quien esté libre de enfermedad que diga está boca es mia, porque nadie es portador de salud absoluta. Una ironía parecida asomó en los labios del Señor cuando dijo a los escribas y fariseos que hay noventa y nueve justos que no necesitan convertirse, como queriendo decir que todos somos la oveja perdida necesitada del pastor. Quien se cree justo y a buen recaudo es un loco solitario, un puritano, un espiritualmente orgulloso, un tipo que genera una enfermedad autoinmune. Por eso, el Señor se rodeaba de enfermos que acudían a Él, porque sabían que sólo Él podía darles verdadera salud.

Acabo de venir del teatro, he visto con un amigo la adaptación que David Serrano ha hecho de Un tranvía llamado deseo, la imponente obra de Tennesse Williams. Durante dos horas y media, una pobre mujer se pasea por las tablas buscando a un hombre capaz de salvarle del trauma que vivió en el pasado. Y nadie es capaz de curarla, de amarla, llamémoslo así. Por fin, un hombre de aspecto ordinario, bondadoso, un tipo gris, pero del que te puedes fiar, está dispuesto a aceptar todo su dolor y a comenzar con ella una nueva vida. Es el final del segundo acto. Ella, echándosele al cuello dice para sí misma, ?a veces aparece Dios? tan rápidamente?. (Aunque las cosas se torcerán?pero esto es un espóiler imperdonable del tamaño del Empire Estate). Inconscientemente, todo ser humano busca salud en su propia vida, busca a Dios sin decir su nombre en voz alta.

Deberíamos volver a la frases menudas de quienes necesitaban el milagro del Señor, ?si quieres, puedes curarme?. Cosas así, dejan el alma más cerca del Médico, porque por fin reconocemos nuestra enfermedad y acudimos al remedio.

 
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